sábado, 17 de julio de 2010

Clásicos de ayer y siempre: Diablo II

Nueva entrega para los "Clásicos de ayer y siempre" y por tanto turno para hablar de aquellos títulos que marcaron un antes y un después en mi haber videojueguil. En esta ocasión, no he podido evitar decantarme por el inefable Diablo II.

Era 4 de agosto del temido año 2000, día de mi cumpleaños, y los cabrones de mis amigos me habían regalado malintencionadamente y con el propósito de quemar mi preciadísimo ordenador, el Delta Force 2, juego el cual corría más o menos a 2 fps en mi vetusta máquina. Tras un cabreo épico, un par de "palmaditas" a mi CPU, y el mismo día de la efeméride, decidí comprobar si el propietario del negocio donde fue adquirido el "Delta Fuerza gráficas" era tan amable como para reemplazármelo por algún otro. Por fortuna para mí, así fue. El comerciante arrastró desde la cueva donde se supone reparaba computadores entre otros menesteres, un maltrecho arcón atestado con los últimas novedades del mercado. En medio de todo aquel conglomerado de cajas, no pude evitar fijar la mirada hacia mi compra final. Lucía maravillosamente gótica con una combinación de colores anaranjados con fondo negro y la efigie de una calavera como centro. Su título ensalzado con letras de fuego era "Diablo II" y aunque no había jugado la primera parte y mucho menos había oído hablar jamás de ella, me sonó como "uno de los de toda la vida".

Me incliné sin vacilación por el príncipe de las tinieblas, condenándome al orgiástico destino que me esperaba: una inconmensurable cantidad de horas delante de mi vieja CRT. Mi ya perjudicada vida social cayó por debajo de límites insospechados. Un chico de quince años con semejante nivel de frikismo (alrededor del 99 y sin opción de alcanzar los tres dígitos diría yo) no podía estar sano, ni mucho menos tener pareja, y la mano no cuenta como novia.

Nos apresuramos a probar el juego como buenos samaritanos, entonces lo vimos, la obra de Blizzard acaparaba un nivel de calidad excepcional en todos sus apartados. Como toda buena creación  del estudio  californiano su vídeo de presentación mostraba una calidad de renderizado apabullante. Tras la cinematográfica introducción se muestra ante nosotros por primera vez lo que va a ser nuestro propio mundo durante largo tiempo. Una ambientación lúgubre, de oscuridad casi sempiterna, acompañada en todo momento de una banda sonora trasladada directamente desde el medievo: Era el escenario de este Rol-Action RPG definitivo.

La trama no podía presentarse más interesante. Tras ser derrotado en la primera parte, Diablo, señor del terror, ha resurgido de sus cenizas para liberar a sus  hermanos, Mefisto, señor del odio, y Baal, señor del terror, para intentar culminar así su fallido intento de asolar el mundo de oscuridad. Salvemos el mundo, una vez más.

La mecánica de juego es realmente adictiva. Con una perspectiva isométrica que marcó tendencia desde su precuela, y que perduró hasta su sucesor, logra combinar con verdadera maestría las bases del rol occidental con una acción desenfrenada y sin pausa posible ni apetecible.  En la versión original podremos escoger entre cinco clases de héroe: bárbaro, amazona, hechicera, nigromante o paladín. Con la llegada de la expansión Lord of Destruction se unían a nuestro ejercito del bien dos reclutas más: el druida y la asesina, amén de muchas otras mejoras jugables.

A medida que nuestro personaje avance y mejore su nivel, y nosotros con él, pediremos más y más. No desfalleceremos en recorrer el amplio mundo de Santuario, recreado con gran acierto mediante un pseudo-3d capaz de dotar los enormes escenarios de gran realismo y magnitud. Desde los cenagales de Kurast hasta los el más implacable de los desiertos presidido por la antaño próspera ciudad de Lut Gholein, la heterogeneidad de sus parajes recrean un mundo inmenso, creíble y bien documentado. Aunque sus excelentes gráficos no se limitan tan sólo a la recreación de la tierra que pisaremos. Los personajes de ambos bandos, incluidos los jefes menores, así como sus animaciones y hechizos, gozan de un buen rasante visual. 

Aquellos que no hayáis disfrutado de vuestra guerra contra los tres hermanos del mal, no notaréis el peso del trascurrir de los 10 años que ya carga el título si deseáis embarcaros a la aventura. Entonces, como yo, estaréis condenados, condenados a la desesperación y al anhelo ante el ansiado y eterno advenimiento del digno sucesor: Diablo III.

¿Listos para la pesadilla?.

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